En The Tiger, Gucci no presenta un simple fashion film. Nos arroja a una casa oscura de Los Ángeles, lujosa, pero inquietante, llena de espejos que devuelven imágenes que no sabemos si admirar o temer. La mansión es más que escenario: es un personaje que murmura sin saber qué dice. Cada pasillo, cada reflejo, es un eco del vacío interno disfrazado de opulencia.
La mujer Gucci: fuerte, afilada, perra











La mujer que habita esta narrativa es un arquetipo: joven, rica, europea, tan perfecta que roza lo inhumano. Es fuerte, pero su fuerza a veces es máscara. Es afilada, perra, con un filo que corta tanto hacia afuera como hacia adentro. Es un espejo de lo que la moda ha celebrado y también de lo que ha dañado: mujeres que parecen seguras, pero cuya fortaleza se sostiene en la necesidad constante de validación externa.
Gucci desnuda esa contradicción: la mujer que brilla en la cena, que encarna poder y deseo, también es la que se pregunta en silencio si sus primas gemelas —esas dobles que son su reflejo distorsionado— la aprueban o la ridiculizan.
Validación, inseguridad y show-off
En la superficie, The Tiger es un espectáculo de exceso: lentejuelas, banquetes, coreografías. Pero debajo late la pulsión de validación. Todo gesto es show-off, pero también un grito desesperado de inseguridad: “mírame, confírmame, dime que existo”. Es la paradoja del lujo: cuanto más brillo se exhibe, más se evidencia el vacío que intenta ocultar.
El corto juega con ese doble filo: el aplauso familiar, la aprobación de las gemelas, la mirada ajena que legitima la propia. ¿No es esa, acaso, la droga más adictiva de la moda?
El viaje psicodélico: humor y ridículo
Entre tanta solemnidad, Gucci filtra un viaje psicodélico que roza lo cómico. Es humor ácido, casi cruel: pequeñas gotas de calma que ridiculizan quiénes somos cuando nos tomamos demasiado en serio. Es como si la casa, con sus espejos, nos devolviera no solo una imagen bella, sino grotesca. El corto señala, sin pudor, el absurdo de los rituales de poder, el patetismo elegante del show eterno.
En esa carcajada velada, Gucci toca una verdad incómoda: el lujo, cuando se mira de cerca, no siempre es sublime; a veces es caricatura.
La casa que habla sin hablar
La mansión de Los Ángeles, tan cargada de misterio, se convierte en un oráculo ambiguo. Habla, pero no sabemos qué dice. Su oscuridad sofoca, sus espejos confunden, su lujo deslumbra y a la vez oprime. Es refugio y trampa, escenario y juez.
Epílogo: la grieta del espejo
The Tiger no solo muestra ropa; muestra el teatro psicológico de la moda. La mujer Gucci emerge como una esfinge contradictoria: poderosa y frágil, seductora y ansiosa, brillante y ridícula. La casa, con sus sombras y espejos, la confronta con lo que más teme: la necesidad de ser vista, aprobada, validada.
El rugido de este tigre no es el del lujo absoluto, sino el de la grieta. Una risa incómoda, un espejo roto, una duda eterna: ¿quién eres cuando nadie te mira?

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