Dos colecciones SS26, dos brújulas claras: tierra y herencia para By Efraín Mogollón; agua y pulsión para Beatriz Camacho. En ambos casos, la feminidad se escribe con volumen, pero el alfabeto técnico y emocional difiere: control elástico + arquitectura textil en “La Guaricha” frente a drapeado envolvente + brillo líquido en “MAREA”. El resultado es un díptico poderoso de moda latinoamericana que habla de identidad sin folclorismos fáciles y de deseo sin dogma.









By Efraín Mogollón — “La Guaricha” (SS26)
Tema y sentido: “La Guaricha” retoma el hilo de Rosa América (SS25) para honrar la costa oriental venezolana y la figura materna de Rosa. Aquí, “guaricha” —la joven— es metáfora de fuerza y pertenencia: folklore tamizado por un ojo contemporáneo, sin literalidad de souvenir.
Silueta y construcción: El sello de Mogollón —volumen como lenguaje— se afina con una ingeniería “alternativa”: elásticas ajustables que cinchan o liberan, generando un volumen controlado, modulable y dinámico. La prenda no solo se lleva; se regula. Es un gesto de autonomía: la mujer decide la arquitectura de su propio cuerpo.
Materialidad: Moaré (con su onda hipnótica) y encaje chantilly (ligereza de aire) construyen un contraste táctil y visual. El juego de transparencias añade una sensualidad quieta, moderna, que no compite con los volúmenes sino que los ventila. Textilmente, la colección respira riqueza sin peso.
Actitud y uso: Es ready-to-wear con vocación editorial: piezas que funcionan en la calle y en la cámara. Refinadas y lúdicas a la vez, proponen una feminidad multiplica-ble (no única), anclada en herencia, pero articulada como presente.
Lo más fuerte
- Volumen regulable: de manifiesto estético a herramienta funcional.
- Diálogo entre tradición (encaje, imaginario folklórico) y sintaxis moderna (ajustes visibles, líneas limpias).
- Transparencias como semiótica de confianza, no de exposición.









Beatriz Camacho — “MAREA” (SS26)
Tema y sentido: “Me visto de color como quien entra al agua: sin miedo.” La carta de navegación es clara: todo responde al mar. No como estampado obvio, sino como estado de ánimo: ritmos que cambian, corrientes que empujan, intuición que guía.
Silueta y movimiento: vestidos que flotan y envuelven (wraps), drapeados que generan asimetrías y volumen geométrico y orgánico. Es volumen blando, de caída y reflujo; el contrario complementario del volumen “tensado” de Mogollón. La prenda abraza y guía el paso; no lo encorseta.
Materialidad y brillo: Texturas marmolizadas y reflejos de luz con canutillos y lentejuelas grandes: un brillo acuático, más de superficie que de destello discotequero. La luz no golpea: se desliza. El color se comporta como marea: suave a veces, salvaje otras: verde, magenta, borgoña, azul y dorado.
Actitud y uso: Camacho ofrece una sensualidad de impulso y escucha: dejarse llevar por el “nuevo” sin perder calma. Es poesía utilizable: piezas pensadas para evolucionar con el cuerpo, del día que corre a la noche que se queda en una gala.
Lo más fuerte
- Drapeado asociativo (cuerpo ↔ agua): forma que se adapta y narra.
- Brillo de reflejo, no de ornamento: sofisticación emocional.
- Asimetrías que oxigenan el look sin romper su serenidad.
En ambos casos, la latinoamericanidad no se declama: se codifica. Mogollón toma el folklore como sintaxis de poder (no de souvenir); Camacho entiende el mar como psicología del movimiento (no como cliché tropical). Las dos colecciones desacoplan la noción de “feminidad” de un único molde: una se afirma en el control; la otra, en la entrega. Ambas hablan de confianza.





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